Ahí está. En pie y
elegantemente ataviado para la eternidad. Apoyado suavemente sobre su
instrumento que lo elevaría a la categoría de leyenda del Rock. Sobre un
pequeño pedestal en medio de la acera de la calle Harry y Grafton Street recibe
sin cita previa a cualquiera que quiera visitarlo. Es la estatua de bronce de
PHIL LYNOTT en Dublín, indiscutiblemente su ciudad.
Pero que quede claro que
Dublín no es nada ingrata con el querido Lynott. La ciudad del Liffey lo tiene
presente como a una especie de duende recorriendo sus calles pobladas de
corazones rotos y oscuras pintas de consuelo. El rostro del líder de THIN LIZZY
recorre la ciudad a tamaño gigante en los autobuses que promocionan al Wax
Museum donde, lógicamente, cuenta con una escultura, igual en los anuncios del
IRISH ROCK’N’ROLL MUSEUM donde cuenta con una sala exclusiva con recuerdos
donados por su señora madre, Philomena Lynott, felizmente viva y en Dublín, en los flyers de los
albergues y hostels, en postales e imanes de nevera de las tiendas de
recuerdos, en las librerías con sus biografías, en las tiendas de discos con
sus álbumes y en cada versión de las miles que se hacen en directo en cada pub irlandés
día a día de cada año de “Whiskey in a
jar”… Aunque no es una canción de su autoría sino una canción tradicional
irlandesa es imposible que no nos venga a la cabeza la versión de THIN LIZZY
que la hizo famosa en el mundo entero.
La Ciudad de Dublín, fundada
por los vikingos allá por el 800, donde pasaron por ella celtas, anglos,
normandos, ingleses, irlandeses y ahora hombres del mundo entero rinde permanente
homenaje a su hijo dilecto. Ni siquiera la fama y el postureo de Bono podrán
con el mito de Phil. Al menos muchos no lo vamos a consentir.