Cuentan los protagonistas que corrió sangre. La
suficiente para una hospitalización y posterior demanda judicial. Pudo ser
tragedia pero hubo suerte. Si bien el clima que se estaba gestando poco a poco
esa noche en el CBGB anunciaba que podría generarse algún altercado, nadie
pensó que sería recordada por décadas. Pasaría a formar parte de las grandes anécdotas
del rock. No era para menos, en el CBGB,
el local regentado por Hilly Kristal en el Bowery neoyorquino actuaba el
travesti Wayne (Jayne) County, rocker y drag queen que allá por 1976 era uno
más de un ambiente en plena ebullición. Cerveza, rock&roll, estupefacientes
y diversión en un rincón de la ciudad que podemos imaginarlo como en episodio
de Kojak de Telly Savalla: yonkis, chaperos, borrachos y seres desagradables.
Dick Handsome Manitoba bajó con los colegas desde su
querido Bronx para ver el show. Le gustaba lo que Wayne hacia sobre el
escenario y se lo pasaba bien porque siempre fue un tío enrollado. Ver a
semejante personaje en acción era pura diversión. La panda de amiguetes
encabezada por Dick eran en realidad The Dictators, la banda proto-punk de New
York por excelencia nacida en 1973 y con un disco verdaderamente incomparable y
desconcertante editado por Epic en 1974: "The Dictators Go Girl Crazy!" Así eran
los muchachos: satíricos, cínicos, humorísticos y gamberros. Inefables. Y hacia
allí fueron, el CBGB, el templo del punk de NY.
Cuenta la leyenda que Manitoba estaba excitadísimo entre
el público. En verdad era su naturaleza y estaba en su medio, como un pez en el
agua. Humo, olor a orina, alcohol, calor y el sudor envolvían el recinto penumbroso.
Era lo habitual. Allí estaban los de siempre, una mezcla de fauna de lo más
variopinta, barbudos con camisa a cuadros más acordes en un bar de carretera
del medio este que en un garito semejante, jóvenes iniciados en vicios diversos,
auténticos punks de la primera ola, seguidores de la tendencia, músicos y
artistas del ambiente que pasaban el tiempo allí como David Johansen de The New
York Dolls, chicas y chicos pequeño burgueses buscando emociones intensas,
solitarios intentando dejar de serlo y a los que no les importaba… También
periodistas especializados, managers y algún que otro productor intuitivo
buscando un nuevo talento para fichar. Todos testigos y protagonistas en el
tiempo y el sitio adecuado.
Sobre el escenario la grotesca y provocadora figura de
County se remueve envuelto en un éxtasis de rock & roll ruidoso, desalineado,
bastardo. La banda que le acompaña parece un rejunte de escoria callejera. Su
público, que lo sigue fiel a donde vaya y que conoce de memoria su perfomance,
goza con el momento. Dick también. A su lado Andy Shernoff y Scott Kemperer se
parten el culo con el jaleo que su amigo le da al bueno de Wayne.
–Venga ya marica! Acaba de una vez con esa mierda!
Una y otra vez. Burla y carcajadas. Wayne está colocado,
aturdido. Los focos no le permiten reconocer a nadie debajo del escenario. Solo
escucha el insulto que lo saca de quicio.
–Maricón!
Wayne no lo soporta y contraataca.
–Guilipollas de mierda!
Y ante un movimiento extraño de acercamiento a su persona
por parte del tío que no para de azuzarlo, decide sin pensar y en solo un
instante, darle con lo primero que tiene a mano. El pesado pié del micrófono se
levanta como un arma mortal en dirección al tío que no paraba de llamarle
maricón. El impulso y el peso de la base son suficientes como para matar a
cualquiera. El hierro baja a toda velocidad pasando milagrosamente a un par de
centímetros de la cabeza del objetivo e impacta brutalmente en el hombro de
Dick. Grito de dolor. Su enorme cuerpo sale despedido hacia las mesas y cae
brutalmente sobre ellas. Caos, confusión, gritos y sorpresa. Dick se incorpora
como puede y sale a toda velocidad hacia el escenario. Se sube a el y se trenza
con Wayne. Se revuelcan en las tablas y entre los cables. La sangre mana a
borbotones no se sabe muy bien de donde pero la cara y los cuerpos de Dick y Wayne
quedan teñidos de rojo. Los asistentes alucinan. David Johansen no da crédito a
lo que ve. Y eso que está curtido en los excesos y despropósitos de la noche de
New York.
Alguien coge a Manitoba y lo echa del local como a un
perro. Afuera la acera mugrienta de Bowery es la antesala al hospital más
cercano. Duele y mucho. Su clavícula está rota y su cuerpo golpeado. Sus
colegas están a su lado y con una bronca de aquellas. Claman venganza contra ese
desgraciado que casi mata a su amigo. Si el pie de micrófono hubiese impactado
contra su cabeza a esa altura de la noche habría un cadáver más en el Lower
East Side.
La leyenda acaba de nacer: Pese a todo comienza a circular la versíon oficial de los hechos: “Dick Handsome Manitoba, cantante de The Dictators agrede a Wayne (Jane) County, reconocido gay del mundillo”.
Manitoba fue ingresado y debió pagar una abultada factura
médica. Wayne, que por entonces pinchaba discos en el Max’s Kansas, lo hacía
disfrazado con peluca y bigote temiendo que unos garrulos del Bronx fueran a por
él. Los muchachos del otro lado del río Hudson desistieron de las represalias. The
Dictators fueron rechazados de todos los clubs neoyorquinos en señas de
solidaridad con County. Pasaron a formar parte de la lista negra. Se dijeron y
escribieron cosas odiosas sobre ellos.
Scott Kemperer afirmó –Éramos las personas más odiadas de
New York, y eso que Wayne County casi había matado a Richard. Inclusive hubo un concierto benéfico en apoyo
a la “agresión homófoba de Manitoba y The Dictators” donde participaron los principales
exponentes del punk rock local, aunque luego luego se disculparon de haberlo
hecho al conocer los entresijos de lo ocurrido.
En definitiva eran todos amiguetes que en una confusa noche de pastillas y alcohol (como el propio Wayne reconociera ante Legs McNeill de la revista PUNK tiempo después diciendo lo drogado que iba y que ni siquiera reconoció al cachondo de Dick…) se dejaron llevar por una situación propia de una época y un lugar como aquel.
Se conciliaron demandas y al poco tiempo The Dictators volvieron al ruedo en el mismo CBGB que los había visto nacer. Hilly Kristal era un tío grande que pasaba de las tonterías y que no aceptó llevarse por la corriente en contra de los chicos.
En definitiva eran todos amiguetes que en una confusa noche de pastillas y alcohol (como el propio Wayne reconociera ante Legs McNeill de la revista PUNK tiempo después diciendo lo drogado que iba y que ni siquiera reconoció al cachondo de Dick…) se dejaron llevar por una situación propia de una época y un lugar como aquel.
Se conciliaron demandas y al poco tiempo The Dictators volvieron al ruedo en el mismo CBGB que los había visto nacer. Hilly Kristal era un tío grande que pasaba de las tonterías y que no aceptó llevarse por la corriente en contra de los chicos.
La reyerta se convirtió en leyenda y en un episodio que
sería uno de tantos de un tiempo en que New York fue el centro de la punkitud.
Como en un gris episodio de la serie Kojak.